No es oro todo lo que reluce en Amaral

El grupo Amaral estrenaba nuevo disco el pasado 27 de septiembre bajo el título de Hacia lo salvaje, y en la primera semana de su lanzamiento conseguían un Disco de Oro, además de convertirse en número uno de la lista nacional de ventas y recibir el Disco de Plata Europeo de la asociación europea de sellos independientes IMPALA. Todo un logro, pero, ¿es oro todo lo que reluce?

El sexto álbum de la banda zaragozana llegaba a finales del mes de septiembre precedido de alguna polémica discusión, ya que el dúo dejaba la multinacional EMI para embarcarse en la autoedición y, por ende, en el universo independiente de la música española. Muchos en este país se desgarraban las vestiduras señalando a Amaral como un grupo ‘vendido’ a los engranajes de la poderosa industria emergente más indie, otros los atacaban por abandonar el star system para intentar vender más en la escena alternativa.

Sin embargo, fuera de toda pelotera que roza el absurdo sobre cuestiones algo banales, los maños tienen doce temas nuevos recogidos en Hacia lo salvaje, un trabajo discográfico que a grandes rasgos hereda las líneas maestras de su predecesor, Gato negro-Dragón rojo; y también sus carencias o su virtudes a partes iguales. Sí, virtudes porque siguen ostentando esa fuerza desproporcionada de las grandes bandas que triunfan por merecimiento propio. Sí, carencias porque desde el año2005 Amaral no ha terminado de rematar una sonoridad redonda en su conjunto que avale un disco consumado. Se trata entonces de canciones desperdigadas, algunas atesoran alto voltaje que empatizan con el gran público, como su nuevo sencillo “Hacia lo salvaje”, y otras más no llegan a sobrepasar una calidad media algo mesetaria.

Es este un disco que puede presumir de grandes dosis eléctricas, con riffs de guitarras muy intensos y enérgicos en el poso armónico de cada tema, la voz de Eva cada vez más contundente en un primer plano demoledor y una variabilidad compositiva que oscila entre medios tiempos pop-folk, como ocurre en la excelente “Si las calles pudieran hablar”, en la urbanita “Robin Hook” o en la adictiva “Montaña rusa”; y aquellos vigorosos trallazos pop-rock maduros y asentados que destilan canciones como la propia “Hacia lo salvaje” o “Van como locos”. Mención aparte tiene su recinto particular “Cuando suba la marea”, aquella melodía que puede rememorar desiertos fronterizos del viejo oeste en su versión acústica. Aunque siempre cabía la esperanza de encontrar mucha más chicha en la mina de oro que tienen estos chicos, o tenían cuando escribieron su nombre en la avenida de la fama.

Se confirma entonces que se ha producido un estancamiento compositivo en su línea artística que no tiene parangón con discos de la talla de Una pequeña parte del mundo, Estrella de mar o Pájaros en la cabeza, verdaderos monumentos musicales en la carrera de los zaragozanos. No se trata de afirmar que su última producción sea mala, ni mucho menos, pero estamos ante una propuesta que no termina de cuajar del todo, que no termina de hacer saltar la chispa adecuada para presentarse como un “todo” y no como la suma de algunas partes de calidad contrastada.

En definitiva, no es un trabajo discográfico brillante, aunque pueda convencer en parte de sus pasajes por la vía directa, pero esta vez no por merecimiento propio ni por detentar una estrella deslumbrante. Es un disco de transición con el que Amaral debe buscar su propio camino, con el que encaminarse a una nueva etapa más estimulante para ellos mismos, para el público y para sus fans. El tiempo dirá si es así o si su mina de oro se ha agotado por completo y para siempre.

Óliver Yuste.


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