El principio de lo que puede llegar a ser

Jero Romero se lanza en solitario con un disco que contiene doce canciones cantadas en español y rellenas de un pop sosegado, casi delicado. Una proposición sonora humilde en la que deja de lado sus composiciones más roqueras, presentes en su etapa con The Sunday Drivers, para entablar una conversación minimalista llena de desamor y amores imposibles.

Fotografía: David Blázquez (imagen promocional cedida por La Trinchera Comunicación).

La primera sorpresa que el público encontrará en Cabeza de león, el primer disco en solitario de Jero Romero, es su inconfundible voz cantando en castellano. Conserva sus antiguos matices vocales y sus influencias musicales con esencia a The Beatles, pero ahora lo hace en nuestro idioma patrio. Todo ello utilizando un lenguaje inmediato y sin ambages que se reconoce en cada tema, en cada palabra y en cada sílaba.

Pero algo ha cambiado en su música. De sus composiciones pop-rock seductoras, presentes en The Sunday Drivers, ha pasado a melodías más sosegadas, casi delicadas de tempos medios y pequeños poemarios pop. Conserva reminiscencias pretéritas que se detectan al vuelo en sus dos primeras canciones del álbum: “Correcto” y “Las leves”, aunque a partir de ese momento se entronca en nuevos paisajes melódicos acústicos y de conceptos minimalistas en los que están presentes guitarras acústicas, violines o contrabajos.

La atmósfera generalizada de su trabajo discográfico evoca hermosas canciones repletas de tristezas muy frágiles en las que desfila el desamor más crudo y aquellos amores imposibles que todo el mundo ha podido sufrir en algún momento de su vida. Un decálogo sonoro que en algunos momentos puede parecer desesperante. Sin embargo, las melodías desnudas zurcidas por Jero Romero y Charlie Bautista compensan ese bajón anímico, ahogándolo en sutiles arreglos instrumentales insinuantes.

Si el deseo del cantante y compositor toledano era realizar un disco auto editado de la forma más independiente posible, distinto desde su concepción material hasta su estructura compositiva, el objetivo está más que cumplido. Se trata de un álbum pequeño, fabricado con mimbres intimistas y artesanales como los de antaño, que va ganando poder con las sucesivas escuchas.

No se trata de un súper ventas, ni del mejor disco del año, pero tiene un acabado final que resulta ser correcto en su visión conceptual, con matices armónicos que dejan un buen sabor de boca. Aunque esa desnudez descarnada que atesora este disco en la producción lo desequilibra, dejándolo un tanto huérfano de pegada y mordiente que conquiste definitivamente el alma interna.

Óliver Yuste.


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